DEBATE-CONVERSATORIO: LA PALABRA TOTAL - EL SUJETO MODERNO Y LA SOCIEDAD INDUSTRIAL

Tomado de: (Google Imágenes, 2020)


EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL

Walton Smith Aguirre Jiménez

2020

Marcuse al igual que varios de sus compañeros de la escuela de Frankfurt vivió en carne propia los horrores de la guerra y el fascismo teniendo que exiliarse entonces en los Estados Unidos. Desde el punto de vista de estos pensadores y teniendo como base la coyuntura social vivida en la Europa de su tiempo, se dan las condiciones propicias para lanzar una crítica a la sociedad de su tiempo: el predominio de la ciencia, la razón y la técnica, no necesariamente han de llevarnos al encuentro de la felicidad. Auschwitz es un símbolo del triunfo de la ciencia y la razón, pero esta racionalidad salida de control, expuesta en este campo de concentración solo evidenció la barbarie  y la explotación del humano por  el humano mismo.

Durante su estancia en Norteamérica Marcuse pudo realizar una crítica al marxismo tradicional, es decir, al marxismo de los partidos dominantes al estilo de la unión soviética, es criticada la noción de que el proletariado será la clase revolucionaria por excelencia (el sujeto de la revolución) todo esto en razón de que pudo presenciar una sociedad altamente tecnificada e industrializada durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta. 

Los Estados Unidos salieron altamente favorecidos desde el punto de vista económico después de la segunda guerra mundial, este país aprovechó el contexto bélico europeo para fortalecer su aparato productivo y económico abasteciendo el aparato militar de las naciones europeas enfrentadas; mientras esto sucedía, los Estados europeos fueron bombardeados  y aniquilados  no solo como infraestructura y sociedad sino también en sus fuerzas productivas.

Al terminar la segunda guerra mundial, el fortalecimiento industrial de los Estados Unidos generó posterior  a este acontecimiento una clase obrera industrializada muy poderosa, con muchas licencias y comodidades que la clase obrera europea de la cual se esperaba algún atisbo de revolución no pudo disfrutar, con organizaciones sindicales organizadas y con verdadera trascendencia política. Bien podría analizarse desde muchos puntos de vista las ganancias o conquistas de estos sindicatos y en general de la clase obrera en los Estados Unidos, pero lo que es fáctico, lo que presenció Marcuse, es que esta clase obrera es un proletariado que vive muy bien, puesto que, posee propiedad privada, automóvil, e incluso, algunos poseen también  pequeñas granjas de descanso. 

En este contexto es que nuestro filósofo en mención comienza a elaborar su tesis sobre el sujeto de la revolución. La vieja rencilla social, la antigua división de clases denunciada por el marxismo tradicional, se ha tornado en el país norteamericano una línea un poco borrosa, más bien, en la medida en que los proletarios han probado los beneficios y las migajas que caen de la mesa del burgués, esta línea parece perderse puesto que el proletariado quiere entonces acceder a esta clase social burguesa. El efecto catastrófico de esto (si lo vemos en términos de antaño o de un marxismo radical), conduce a que ese sujeto de la revolución entendido como el obrero o proletario antes pisoteado por la burguesía, se ha nulificado y peor aún, quiere unírsele a una clase social en teoría antagónica.

Es importante señalar que además de lo anteriormente mencionado en cuanto al contexto que le nutre para producir la obra en mención, (El hombre unidimensional)  este filósofo se encuentra influenciado en su pensamiento por elementos precedentes del marxismo y del freudismo, elementos de los cuales bebe para elaborar una crítica de la sociedad industrial. Este tipo de sociedad según Marcuse tiene entre sus rasgos característicos un fuerte tendencia represiva y alienante lo cual deriva en que de esta manera incorpora dentro de sí a la clase obrera, pero ya no solamente enmarcándola dentro de una división de clases, sino que, como producto de esta misma sociedad, esta clase obrera termina también siendo de una manera indirecta explotadora de las clases obreras de otras sociedades menos desarrolladas.

En este texto Marcuse se da a la tarea de analizar las tendencias del capitalismo norteamericano, estas, según el autor, conducen a una sociedad cerrada toda vez que integra y disciplina las esferas de lo público y lo privado.

Entre muchos de los resultados que se obtienen de este tipo de sociedad, son dos los que este autor destaca con más relevancia, primero que todo, el hecho de que se asimilen o absorban las fuerzas e intereses de aquellos posibles opositores al sistema, segundo, la administración de los instintos humanos lo cual conlleva al hecho de que estos revolucionarios en potencia sean fácilmente manejados. Pero estas formas de dominación no pasan solamente por lo económico, por la movilización de afectos y emociones, sino que, en una jugada maestra, todos estos matices parecen diseminarse bajo un velo de aparente y total libertad, es decir, bajo el modelo o la consigna de las libertades democráticas, que son la promesa política occidental, se consolidan prácticas de dominación más firmes que en un absolutismo según lo expresa Marcuse.

Por sus procesos inherentes de consolidación interna, esta sociedad altamente industrializada en un primer momento es una sociedad cerrada sobre sí misma, pero necesariamente ha de tener procesos de expansión económica, política, militar y de diversa índole, podría decirse incluso, que es esta una nueva forma de imperialismo.

Sobre esta base de lo que podríamos llamar un buen vivir llegan entonces una  serie de nuevos valores sustentados en los productos del mercado creando así una nueva forma de existencia. Es en este punto en donde aquellas líneas que antes dividían al proletario del burgués y la política de la economía, ya no se pueden visibilizar tan claramente, la denuncia de Marcuse sobre este tipo de existencia y la falsedad que trae, no radica en el materialismo de esta sino en la falta de libertad y la consecuente represión que la sostiene.

Esta forma de vida desata también un tipo  de idolatría de la mercancía propia de la sociedad industrial, esto ya había sido anunciado por Marx (2009) “lo misterioso de la forma mercancía consiste pues sencillamente en que les presenta a los hombres, como reflejados en un espejo, los caracteres sociales de su propio trabajo como caracteres objetivos de los productos mismos del trabajo o como unas propiedades sociales inherentes a la naturaleza de esas cosas”.   En este orden de ideas el ser humano sufre también un proceso de reificación o cosificación puesto que la satisfacción que provee esta forma de vida materialista le hace que cada vez se sienta más cómodo y por lo tanto le sea cada vez más difícil traspasar los límites que le impone, es una interiorización de estas formas de vida racionalizada que ayudan a que el sistema sea perpetuado.

Esta importancia excesiva de las mercancías da paso entonces a las nuevas formas de control que en últimas se refieren a lógicas de dominación. Marcuse es consciente de que todas las sociedades y culturas tienen sus propios deseos y que la intensidad, la satisfacción y hasta el carácter de las necesidades humanas, más allá del nivel biológico, han sido siempre precondicionadas (1993). En este mundo prefabricado en el cual hasta los deseos mismos son algo impuesto al sujeto, la rebelión ante el sistema opresor es algo cada vez más distante e incluso parece anularse, la autonomía y la espontaneidad no tienen cabida entonces en esta sociedad industrial.

Estamos entonces ante un panorama extraño puesto que por un lado se nos ofrece una serie de libertades y garantías que  nunca antes en la historia pudo gozar ninguna generación de seres humanos, pero, al mismo tiempo, nos encontramos ante formas de control tan perfectamente elaboradas que anulan la conciencia individual sin que el sujeto mismo lo perciba, hay una suerte de pérdida subjetiva de la razón y de la posibilidad de calcular racionalmente hechos futuros en beneficio propio y de la sociedad puesto que al parecer el sistema industrial ya ha realizado estos cálculos tanto para el sujeto como para la sociedad; en palabras de Lukács (1970) 

“la esencia del cálculo racional descansa precisamente en la posibilidad de descubrir y calcular el decurso necesario y según leyes de determinados acontecimientos, independientes de la "arbitrariedad" individual. Su esencia consiste pues en que el comportamiento del hombre se agote en el cálculo acertado de las posibilidades de aquel decurso (cuyas "leyes" encuentra ya "listas"), en la evitación hábil de las "casualidades" perturbadores mediante la utilización de dispositivos de previsión, medidas defensivas, etc. (las cuales también se basan en el conocimiento y la aplicación de "leyes" análogas), y muy a menudo incluso en un cálculo de las probabilidades de los posibles efectos de esas "leyes", sin pasar siquiera de ahí, sin emprender siquiera el intento de intervenir en su acción mediante la aplicación de otras "leyes". (Seguros, etc.)

Esta razón impuesta o calculada desde el exterior hace entonces que el sujeto de la sociedad industrial pierda incluso su autonomía al desear. Históricamente el placer y el deseo han estado ligados, (no sólo desde las bases de la filosofía y la cultura griega antigua, sino a lo largo de toda la cultura occidental, hasta nuestros días,) en primer lugar, a la dimensión de la estética, es decir, al ámbito de la sensible, de la imaginación, a la esfera de los sentidos y de las emociones, así por ejemplo, en el Banquete de Platón (193a ) el filósofo de la antigua Grecia nos ofrece una descripción acerca de cómo el ser humano está siempre en búsqueda de ese objeto amado que busca incesantemente y que representa su deseo de reafirmar su autonomía en la prolongación existencial o en la anhelada búsqueda de inmortalidad. Desde un punto de vista más moderno, con Freud nos encontramos que el deseo siempre busca un objeto perdido, (Proyecto de una psicología para neurólogos 1895). De este modo, para Freud, el deseo tiende a la regresión, a regresar hacia atrás buscando, en su nostalgia, ese objeto. Éste es el peligro del aparato psíquico: volver hacia atrás. El deseo, en el humano, es por definición insatisfecho, nunca puede colmarlo ningún objeto, siempre queda un resto de insatisfacción. Lo que no quiere decir que no haya momentos de plenitud. 

Ahora bien, la sociedad industrializada ofrece una alternativa para compensar y saciar estos deseos al mismo tiempo que impone sus propios ideales de deseo pero ya no solamente pensando en ideales románticos al estilo platónico ni tampoco en una mirada hacia al pasado como en Freud. Marcuse explica que existen dos tipos de necesidades o deseos, las verdaderas y las falsas. Las denominadas como falsas  son aquellas que los intereses de algún sector particular de la sociedad le impone al individuo para poder así reprimirlo de una manera más eficaz, estas perpetúan la necesidad, el esfuerzo y lo injusto, satisfacer estos deseos o necesidades puede ser reconfortante para el individuo  pero conllevan a que sean impedidas las capacidades humanas de manera personal y colectiva puesto que no permite reconocer la represión y alineación inherente a ellas, según Marcuse (1993) “el resultado es en este caso la euforia dentro de la infelicidad”.

Por más que este tipo de necesidades o deseos el sujeto las pueda asumir como propias y crea que le son connaturales, son heterónomas ya que han sido previamente determinadas por los agentes del control social y por obvias razones, el sujeto individual no tiene la más mínima incidencia en estas agencias o instituciones, son solamente productos de una sociedad represiva, ejemplo de esto podría ser la adherencia de gustos a ciertos programas televisivos, el fanatismo exagerado a equipos de fútbol, tendencias musicales etc.. Igual de preocupante que la imposición de este tipo de deseos es el hecho de que se asumen no solamente por el desconocimiento de que se está siendo dominados heterónomamente, sino también, por el hecho del derrotismo de quienes aún sabiendo que están siendo objetos de dominación, también las asumen como propias, por lo tanto, las únicas necesidades que pueden inequívocamente reclamar satisfacción son las vitales: alimento, vestido y habitación en el nivel de cultura que esté al alcance, ya que la satisfacción de estas necesidades es el requisito para la realización de todas las demás necesidades (Marcuse 1993)

Si bien las dinámicas modernas y el paso del tiempo van creando nuevas necesidades conforme se da un desarrollo también de la sociedad y la consciencia humana, determinar cuáles de estas necesidades o deseos son primordiales no es la idea que le trasnocha a Marcuse, lo que realmente parece preocuparle es el hecho de que  mientras la autonomía siga siendo cercenada, el sujeto o individuo no es realmente libre para decidir y responder cuáles de estas necesidades son verdaderas o falsas.

Esta tecnificación de la sociedad industrial con sus prácticas de dominación cada vez más efectivas puesto que son asumidas casi de manera imperceptible por los sujetos ocultas bajo la aludida libertad económica y democrática, configuran un panorama algo desolador ya que cada vez resulta más difícil pensar de qué manera pueda ser posible que los dominados, (el grueso de la población), puedan encontrar una manera de revertir este orden de cosas, incluso, resulta complicado el mero hecho de que se caiga en cuenta de que están siendo dominados. 

Como consecuencia de  la explosión del mercado del siglo XX el individuo ha perdido su  equilibrio consigo mismo y con la naturaleza, en este orden de ideas las emociones se construyen en laboratorios y agencias publicitarias, las necesidades y  los deseos se perfilan por estudios de mercado, estrategias de marketing  y tendencias delimitadas por un desarrollo científico técnico, en últimas no hay deseos autónomos sino que hay creación de estos e imposición de los mismos. 

Es esta una nueva forma de racionalidad en la cual el interés de lo material sobre lo humano y la realidad del hombre es subordinada a los intereses de una minoría dominante que esconde una racionalidad instrumental que va en contra de la idea kantiana de considerar al hombre como un fin en sí mismo y no como un medio para la obtención de otros fines, pero el coste de esto no es solamente un detrimento de la razón y del espíritu humano, el coste es también político toda vez que:

Al llegar a este punto, la dominación —disfrazada de opulencia y libertad— se extiende a todas las esferas de la existencia pública y privada, integra toda oposición auténtica, absorbe todas las alternativas. La racionalidad tecnológica revela su carácter político a medida que se convierte en el gran vehículo de una dominación más acabada, creando un universo verdaderamente totalitario en el que sociedad y naturaleza, espíritu y cuerpo, se mantienen en un estado de permanente movilización para la defensa de este universo (Herbert Marcuse 1993)

Lo anterior se establece como plataforma para el cierre del universo político, esta sociedad industrial es totalitaria aunque no lo promulgue abiertamente  bajo sus formas políticas ni económicas, este totalitarismo debe conducir a que se hagan inexistentes las diferencias y contradicciones que puedan generarse entre los hombres o entre las instituciones y tener así un dominio absoluto de la sociedad, de esta forma ya el sujeto no piensa ni en lo propio ni en lo social sino que, es la lógica del sistema la que se encarga de elaborar este tipo de pensamientos.

De esta manera es contenido un posible cambio político, si se compara con las estructuras de las antiguas sociedades, la sociedad industrial es realmente novedosa puesto que además de su grado de tecnificación, muchos de los anteriores problemas que se presentaban en las viejas divisiones de clase de las sociedades anteriores están siendo eliminados. La condición sindical en los Estados Unidos es un ejemplo de esto, el texto menciona en la página 61 esta tendencia integradora de los elementos incómodos u opositores al capitalismo al ejemplificar la situación de la United Automobile Workers cuando trae a colación una declaración de  uno de sus sindicalistas: Muchas veces, nos reunimos en la sala del sindicato y hablamos de las quejas que los trabajadores presentan y de lo que podemos hacer con ellas, en el momento en que ya he acordado una reunión con la dirección para el día siguiente, el problema ha sido resuelto ya y el sindicato no puede apuntarse la solución de la queja. Es decir, la empresa les da a los trabajadores lo que ellos necesitan aun sin ellos pedir esas cosas lo cual de cierta manera deslegitima o por lo menos hace menos visible el papel de la lucha sindical y crea un evidente problema de lealtades.

La esfera política también tiende a caer en esta lógica de anulación de lo diferente, por ejemplo, los programas políticos de diversos partidos por diferentes que puedan parecer, en su base constitutiva tienden a ser cada vez más similares, de esta manera, este tipo de sociedad industrial puede ser caracterizada como racional e irracional; racional en tanto administra la vida de los individuos de forma eficiente, convirtiéndolos a todos en idénticos, en una producción serial de cosas equivalentes, pero irracional en tanto coloca a esos mismos individuos en un permanente abismo de la negación de sí mismo.

En esta sociedad marcada por procesos industriales de automatización, la tecnología no es algo neutro, no es algo que solamente se refiere a la industria o a un crecimiento cuantitativo de la mecanización, se refiere especialmente   a un cambio de las fuerzas productivas y las estructuras sociales mismas; ya no importa solamente controlar la fuerza laboral del individuo sino también controlar su desarrollo como ser social.

Las perspectivas de cambio en el otro sistema dominante de la época, el sistema de la unión soviética se enfrenta a un evidente retraso que hace que dicha sociedad antes de pensar en un cambio debe primero crear las condiciones para que pueda darse, en palabras de Marcuse: “la sociedad debe crear primero los requisitos materiales de la libertad para todos sus miembros, antes de poder ser una sociedad libre; debe crear primero la riqueza antes de ser capaz de distribuirla de acuerdo con las necesidades libremente desarrolladas del individuo; debe permitir primero que los esclavos aprendan, vean y piensen antes de saber lo que está pasando y lo que pueden hacer para cambiarlo”

Las grandes conquistas derivadas de diferentes procesos sociales y revolucionarias como lo fueron la obtención de libertades políticas y económicas son asumidas como pérdidas menores por los ciudadanos en un sistema dentro del cual se le asegura la administración de una vida muy segura y cómoda, es este un nuevo argumento de Marcuse para cuestionar las probabilidades de un cambio, tanto así, que en la página 81 cuando expresa que los individuos están felices con lo que esta administración les entrega se pregunta ¿por qué han de insistir en instituciones diferentes para una producción diferente de bienes y servicios diferentes? ¿Por qué han de querer pensar, sentir e imaginar por sí mismos? En todo caso, para el individuo administrado, la administración pluralista que se le ofrece en un sistema del libre mercado y enmarcado dentro de una política democrática, es mucho mejor que la administración total a la manera comunista;  esta podría ser la ventaja aparente del sistema estadounidense sobre el sistema de la Unión Soviética, aunque no  debemos olvidar que la realidad del pluralismo se hace ideológica y  engañosa. 

Por último, Marcuse parece no exponer la toma de partido por ninguno de estos dos sistemas ya que recaen precisamente en este acto de dominación.


Referencias

Herbert Marcuse. El hombre unidimensional, ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Editorial planeta Agostini 1993.

Karl Marx. El capital tomo I, el proceso de producción capital. Biblioteca del pensamiento socialista 2008.

Lukács Georg. Historia y conciencia de clase. Instituto Del libro, la Habana, 1970.

Sigmund Freud. Obras completas.  Amorrortu editores 1992.

Sigmund Freud. Proyecto de una psicología para neurólogos biblioteca virtual universal.

Platón, Diálogos III, el Banquete, Editorial Gredos, 2008.

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