DEBATE-CONVERSATORIO: LA PALABRA TOTAL - ANOTACIONES EN TORNO A LA VÍCTIMA: VIOLENCIA, DUELO, POLÍTICA
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Imagen de Autoría Propia |
Walton Smith Aguirre Jiménez
2020
Este texto de Butler está enmarcado en una reflexión más general acerca de los cambios de la sociedad estadounidense posterior a los ataques del 11 de septiembre. Las líneas plasmadas en la publicación que consta de cinco ensayos, tienen como base una lectura de dicha sociedad en torno a los sentimientos de vulnerabilidad y agresividad que se desprenden de dicho suceso. Un suceso bélico que no se quedó en el mero hecho de ser un atentado, sino que, recrudeció el sentimiento nacionalista de manera que los mecanismos de vigilancia obligaron a que las fuerzas del orden estatal suspendieran muchos derechos constitucionales y se desarrollaran diferentes formas de censura, además de esto, según la autora, los Estados Unidos estaban perdiendo una muy valiosa oportunidad para redefinir su papel dentro de la comunidad global.
Más que el derribamiento de un par de estructuras físicas y los costes tanto económicos como humanos que esto implicó, se ha expuesto con este atentado una vulnerabilidad no antes conocida ni pensada como posible a la soberanía de esta nación, pero, al mismo tiempo, este atentado se presentó como una oportunidad para una reflexión política. La sociedad estadounidense se cimentó sobre una idea colectiva de cierta superioridad sobre otras naciones, construyendo así una vida política con un marcado rasgo intervencionista y arrogándose el derecho para ser el policía del mundo (Hasselbach 2018) este acontecimiento, lo ve Butler como una oportunidad para re-prensar el papel de este país ya sin este rótulo y considerar entonces la vulnerabilidad y la agresión como parte o puntos de partida de la vida política.
Capitalizar políticamente este acontecimiento exige dislocar un poco las estructuras y las nociones acerca del poder del escenario político tradicional a nivel mundial, si bien se toma consciencia de que la vida no solamente depende de nosotros mismos sino que también en parte por el hecho de poder ser atacada a capricho de extremistas y en general de otro ser humano, conduce como ya se dijo a repensar esa vulnerabilidad que nos cobija como humanos lo cual despierta sentimientos de temor y dolor, más no por esto, necesariamente han de canalizarse estos sentimientos a una exacerbación de la violencia militar y tomar represalias de manera indiscriminada. En este punto, Butler se cuestiona ¿Qué debe hacerse con el duelo?, ¿qué acciones diferentes a saciar la sed de venganza y a clamar por la guerra deben llevarse a cabo desde el escenario político para detener la espiral de violencia?
Esta represalia no solamente se entiende hacia el exterior, es decir, el hecho de esta violación a la soberanía conllevó en la sociedad norteamericana a la suspensión de libertades de expresión y en un buen grado a la limitación del disenso político. Pero allí, en lo que la autora denomina una suspensión de los privilegios del primer mundo (pág. 14) ve también la oportunidad de cimentar las bases de un nuevo orden en el cual la violencia si bien no puede ser abolida totalmente, si pueda ser por lo menos minimizada y en el que la interdependencia entre personas y Estados entendida como algo inevitable, sea reconocida también como la base de una comunidad política global equilibrando un poco las desigualdades históricas.
Los procesos globales de la modernidad desbaratan esta pretensión de una absoluta autosuficiencia y soberanía, es decir, ningún control total puede ser asegurado y por lo tanto este reconocimiento podrían dar un giro a la responsabilidad ética y política de los Estados Unidos para con otros países, en otras palabras, a raíz de los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 2001, Butler reconoce que ya no se puede pensar un concepto de seguridad aislado de los otros países por débiles que sean.
Por más dolor e indignación que se sientan en torno a estos acontecimientos, Butler expresa que no es esto un motivo para acallar el debate público y las reflexiones políticas que se puedan suscitar en torno a este hecho, tampoco es suficiente ni necesario pensar como otros países también han sido víctimas de ataques “legales” pero igual arbitrarios por parte de los Estados Unidos, es más productivo realizar un esfuerzo por crear una cultura política donde la violencia y la consecuente represalia dejen de ser actores fundamentales de las relaciones políticas.
Teniendo en cuenta este panorama, la filósofa pasa a analizar porque es común que posterior a la pérdida se pase a la agresión como forma del duelo, es importante señalar que la respuesta o la interpretación que da la autora se enmarca no solamente desde una respuesta o una acción política, sino que, analiza también esta respuesta complementándola con un fondo psicoanalítico.
Plantea entonces de qué manera los seres humanos tenemos una vulnerabilidad originaria, que trasciende a las formas éticas y políticas en las cuales nos entendemos a nosotros mismos y tratamos de entender la realidad que no rodea, es una vulnerabilidad que según ella no se puede ignorar ya que hace parte de la esencia del ser humano, una vulnerabilidad que nos iguala con el otro y nos ayuda a reconocernos en ese otro que nos es diferente y a la vez similar.
En el espectro político o de la comunidad internacional, esta dependencia o por lo menos esta comunicación con el otro ( es decir, con otros Estados) no puede suprimirse, pareciera que las formas modernas bajo las cuales se entiende el concepto de soberanía, se esfuerzan en hacer poco visibles características que son inherentes no de forma exclusiva a la conformación estatal, sino a dos características que son anteriores al Estado y apelan a los rasgos de sociabilidad y dependencia del ser humano, es decir, los seres humanos somos vulnerables, somos potencialmente violentados en nuestra esfera interna por agresiones externas, lo cual hace que al mismo tiempo, seamos sujetos no totalmente infalibles a las agresiones sin importar de dónde provengan de manera que la soberanía y la protección que ofrece el Estado no es totalmente absoluta.
Con esta base ya tiene la autora una plataforma para analizar la vida política desde una óptica relacionada con la vulnerabilidad, es decir, siendo consciente de que aunque esté ubicada en el primer mundo, existe también la posibilidad de ser vulnerables como sociedad, y cómo de allí, se desprenden formas de violencia hacia otros pueblos bien sea por violencia directa, exclusión o simple estigmatización y de qué manera en razón de este sentimiento de miedo y vulnerabilidad, el ciudadano puede ser también cómplice y partícipe de este tipo de agresiones; con esto, es posible pensar una nueva forma de sociedad basada en el reconocimiento del otro, donde las bases de la vulnerabilidad, la pérdida y el duelo consecuente estructure una nueva forma de comunidad.
Para lograr este tipo de reconocimiento, este tipo de comunidad, Butler expone que es necesario primero que todo reconocernos como seres humanos, es decir, teniendo como punto de partida los acontecimientos del 11 de septiembre, le interesa analizar, que se ha replanteado o que se ha entendido como humano en la sociedad estadounidense y cuáles serían las condiciones para que una vida valga la pena.
Esto ya parece objetar el sentido común, pues bien podríamos decir que por lo menos desde la ley y por el hecho de pertenecer a la familia humana, no sería necesario entrar en este juego de análisis y definiciones, pero, precisamente, partiendo de los atentados terroristas ya mencionados, el concepto de humano podría redefinirse (por lo menos en los Estados Unidos) o si no redefinirse por lo menos re-pensarse en torno a la noción de defensa de la seguridad nacional y de ahí se obtendría que no basta ser miembro de la familia humana para tener un trato igualitario en dicha sociedad. La creciente discriminación a los latinos, musulmanes y en general el trato despectivo a los que se consideran sospechosos o enemigos de la nación, dan cuenta de que no se mide el concepto de humanidad con la misma vara o rasero, no todas las vidas son iguales al perderse ni dignas de duelo.
La pérdida es algo que a todos nos toca y alguna noción tenemos de este tipo de sucesos, es interesante que allí la autora señala que de alguna manera, en la pérdida elaboramos un duelo que nos funde en un “nosotros” en este “nosotros” aparece un fondo psicoanalítico puesto que sin distinción de clase o algún otro condicionamiento social, la pérdida se refiere a que se nos escapa algo que en algún momento hemos poseído y si ningún tipo de distinción, ese dolor de la pérdida se da en razón de que es algo que en algún momento amamos y deseamos.
Somos seres política y socialmente constituidos y esto sucede en virtud de nuestra vulnerabilidad, de manera que, por el hecho de ser constituidos socialmente, estamos entonces sujetos a los otros lo cual nos hace vulnerables y expuestos a la violencia. Cuando esta vulnerabilidad se hace evidente como en los atentados del 11 de septiembre no solamente se desnudan estas falencias sociales y humanas, sino que, se elabora un proceso personal y colectivo del duelo. A diferencia de Freud, a quien menciona Butler para exponer en este autor el duelo como una elaboración en la cual se debe ser capaz de sustituir un objeto por otro, ella interpreta que un duelo se elabora mejor cuando se acepta que esta pérdida tendrá consecuencias profundas en quien la sufre; de manera que algo ha de cambiar en esta persona, lo extraño del asunto es que perdemos algo pero no sabemos bien que es lo que se pierde, es decir, el duelo encarna una dimensión extraña que racionalmente no podemos abordar en su totalidad. Pero independiente de este halo de misterio que rodea al duelo, lo provechoso del mismo seria que precisamente nos recuerda que somos vulnerables, nos reafirma la necesidad de estar con el otro y que no somos totalmente independientes y que estos lazos en palabras suyas “constituyen lo que somos” (página 48)
Butler no piensa que el duelo sea algo netamente privado (un acto despolitizado) por el contrario, según ella, el duelo puede elaborar también el sentido de una comunidad política ya que pone sobre la mesa la discusión sobre nuestra dependencia con los otros, en este orden de ideas, los destinos en la vida común del ser humano no están totalmente separados en tanto que seres vulnerables y aparece nuevamente el “nosotros” como una correlación de la cual no podemos librarnos fácilmente. El duelo nos hace conscientes de que no podemos controlarlo todo y nos recalca constantemente la sujeción a los demás desintegrando la idea de autonomía con la cual nos auto-percibimos como sujetos independientes. Así entonces, nuestras relaciones nos constituyen y nos desintegran. Las luchas en común, por ejemplo, cuando exigimos la reivindicación de algún derecho o garantía, dan muestra de ello, puesto que no se exigen solamente a título personal, sino que, se habla en torno a un nosotros.
El cuerpo toda vez que se configura pública y políticamente y nos pone a merced de una posible violencia y voluntad ajena, introduce para Butler una pregunta ¿No hay una forma en la que el lugar del cuerpo y el modo como el cuerpo dispone de nosotros más allá de nosotros o nos coloca fuera de nosotros abran otro tipo de aspiración normativa dentro del campo político? (página 48) es decir, si entendemos que el cuerpo responde a una construcción social en la que dependemos los unos de los otros, que está entregado a lo que la autora llama el mundo de los otros, resulta difícil reclamar una total autonomía del mismo, puesto que, esto en algún modo, seria desconocer las condiciones de un desarrollo como ser individual, así entonces la individuación es un proceso, no un presupuesto ni ciertamente una garantía (pág. 54)
Esa forma original de interdependencia por medio de la cual existimos como cuerpo, ya no solamente para nosotros mismos sino también para los otros, es explotada por la violencia. En esta parte, la autora destaca que este hecho de en algún sentido pertenecer al otro o a los otros nos desborda, esto se asimila con el duelo ya que es algo que no podemos controlar y se descubre solamente en la exterioridad del sujeto lo cual no contraría necesariamente la autonomía, simplemente reafirma el hecho de que somos seres corporales constituidos en virtud de los demás e implicados en otras vidas que no son las nuestras.
Butler se pregunta si esta situación del duelo podría dotar a la sociedad estadounidense de una perspectiva diferente para empezar a pensar la situación global contemporánea; en este punto comienza entonces a realizar una serie de descripciones y relatos en torno a la manera en que dicha sociedad ha elaborado un duelo no solamente personal por los muertos particulares, sino, como nación a raíz de los atentados del 11 de septiembre.
Comienza con un cierto tono de acusación describiendo que dicha sociedad está rodeada de violencia (1) y más aún, después de estos atentados el enemigo se ha diseminado en la llamada guerra contra el terrorismo que no reconoce enemigos particulares. Paradójicamente, la violencia según nuestra autora se podría entender como una forma de debilidad ya que expone ese carácter vulnerable que nos acompaña como seres humanos, y, en este orden de ideas podría expresarse también como sociedad. Esta vulnerabilidad se hace más evidente cuando los modelos de autodefensa son ilimitados y se vive en un ambiente constante de hostilidad. Bajo el sofisma de una pretendida superioridad y autosuficiencia comparativa con otras sanciones, el país norteamericano ha parecido negarse que son vulnerables también, negando la condición de esta vulnerabilidad se niega al mismo tiempo la base para una posible solución pacífica de los conflictos.
(1) Amanece: ¿No veis a la luz de la aurora lo que tanto aclamamos la noche al caer? Sus estrellas, sus franjas, flotaban ayer, En el fiero combate en señal de victoria. Fulgor de cohetes, de bombas estruendo. Por la noche decían: «¡Se va defendiendo!» ¡Oh, decid! ¿Despliega aún su hermosura estrellada sobre tierra de libres la bandera estrellada? Estrofa primera himno de los Estados Unidos.
En la conjunción de negar esta vulnerabilidad y el sentimiento del miedo, esta sociedad se ha visto abocada a cometer actos bélicos casi de manera indiscriminada, es decir, el solo hecho de sentir miedo, parece autorizarles para las acciones de autodefensa sin medir límites ni consecuencias acompañado esto por un sentimiento de restaurar el orden de cosas anterior a la situación de miedo y querer acentuar su poder hegemónico.
No resolver el duelo por medios violentos supondría ser conscientes de que se es vulnerable y salir de la comodidad de pensarse como inmunes, así como también, tratar de encontrar otro tipo de salidas, esto no significa resignarse a las atrocidades que puedan cometerse desde los “enemigos” extranjeros sino que, puede ser canalizado como una consideración ante la evidente vulnerabilidad de los otros y un posible compromiso de proteger de la violencia a otros, es decir, reconocer la vulnerabilidad propia en el caso de este país, haría factible el reconocimiento de que la guerra puede golpearnos a todos y así fortalecer unas relaciones internacionales en un tono más pacifista.
En este punto la autora pone algo muy significativo sobre la mesa y es el hecho de que, a nivel mundial, de la manera en que está distribuido el poder en el orden de las relaciones internacionales, la vida se cuida y se mantiene de manera diferencial a escala global y por lo tanto existen diferentes grados de vulneración de la vida en los diferentes rincones del mundo. Esto lleva a pensar el álgido problema de si hay unas vidas que tienen más valor que otras y en palabras de ella: “no valgan la pena” (pág. 58) derivando esto entonces en si puede pensarse que exista una escala de duelos.
Se pone en juego el concepto mismo de lo humano toda vez que hay vidas que parecieran no tener valor y por lo tanto la pérdida de las mismas no parecieran ser merecedoras de duelo, serían vidas “irreales” abriéndose una nueva serie de preguntas, por ejemplo: ¿La violencia produce esa irrealidad? ¿Dicha irrealidad es la condición de la violencia? (pág. 60)
En este orden de ideas, en estas vidas que no existen, que son irreales, desrealizadas (ni vivos ni muertos, son espectros) o negadas, no pareciera que se ejerce violencia, puesto que no existen o han sido catalogadas como inferiores, en últimas, estas vidas no caben dentro del marco denominado como lo humano.
Esta deshumanización se ejerce desde diferentes actos que no son únicamente violentos, ejemplos como la negación de obituarios, placas conmemorativas y actos tendientes al no reconocimiento de la pérdida de estas vidas, dan muestra de que la violencia no es solamente física y que esta deshumanización pasa también por un fuerte componente psicológico que se inserta en la cultura. Estas vidas del enemigo no deben ser recordadas y por lo tanto no deben producir dolor. Esta deshumanización comienza a elaborarse desde el discurso, que es digno de duelo, que puede recordarse y que no, así, aparece la represión en los medios de comunicación promoviendo una idea de muertes justas que muchas veces se refieren a quienes quieren atacar la institucionalidad sin tener en cuenta que podría ser resultado de las mismas políticas bélicas por las cuales ha optado ese país.
Estas prácticas de excluir la información en los medios de comunicación masivos, han negado la versión del conflicto de por ejemplo los palestinos, lo que realmente sucede en Guantánamo etc. De esta manera se elimina el disenso, el debate y la narrativa política adquiere un tinte alienante desconocido en la prensa estadounidense fundamentada en las enmiendas que amparan el derecho a la libertad de expresión.
Butler trae a colación el caso del periodista Daniel Pearl quien fue secuestrado, torturado y asesinado en Pakistán por el grupo yihadista punjabi, con este caso hay para ella un reconocimiento, se puede de alguna manera reflejar en este hombre, y se pregunta a qué costo se establece lo familiar como el criterio por el que la vida humana vale la pena. El coste de este reconocimiento en lo familiar es que al parecer se autoriza moralmente a los Estados Unidos no solo como gobierno sino como ciudadanos particulares a desconfiar, al aumento de la histeria racial, a pedirle a la población que está alerta de un enemigo no concreto, porque los enemigos son todos los diferentes a ellos, cada quien es libre de identificar su propio enemigo (afrodescendientes, árabes, latinos etc.)
En ningún momento Butler considera que lo sucedido el 11 de septiembre sea algo merecido como consecuencia de las muy malas actuaciones de los Estados Unidos en su política internacional, por el contrario, a lo largo del texto, considera dicho suceso como una oportunidad de direccionar las relaciones políticas en una igualdad de condiciones toda vez que dicho acontecimiento es un autollamado a la humildad y reconocer que se ha desmoronado la sensación de ser impenetrables a cualquier ataque. Por el contrario, en lugar de avocarse a este tipo de respuesta para el duelo, se ha seguido en la misma lógica bélica e intervencionista, siguen decidiendo que es lo bueno, que es lo malo e incluso que es lo humano y que no lo es, siguen desafiando los pactos de la convención de Ginebra, deciden qué países invadir especialmente con el sofisma de llevar a estos la democracia y la libertad para los pueblos.
Al no existir un enemigo claro para perseguir, cualquier bandera sirve como excusa para justificar una acción militar e invadir, cualquier país puede ser objeto de intervención. Butler pone como ejemplo de qué manera durante la administración de Bush hijo, que en un momento tuvo un tinte feminista, bajo la justificación de la liberación de las mujeres de Afganistán, se emprendieron acciones militares en ese país.
Para terminar, Vulnerabilidad y reconocimiento deben estar entonces de la mano, una vida no puede ser vulnerable y diga de duelo si antes no se reconoce como vida digna de ser llorada, de esta manera ya no estaríamos tan desconectados y de cierta manera todos estamos luchando por algún tipo de reconocimiento. Por último, señala que somos seres sociales en todos los niveles, nos constituyen normas culturales que nos condicionan, pero en todo caso, el reconocimiento del yo, se da precisamente porque se reconoce que hay un “tu”, un otro, me percibo porque puedo percibir al otro, no puedo controlar el hecho de que el otro pueda herirme y dejar su huella en mí.
Es preocupante el hecho de que no todas las vidas son iguales, mientras que unas son amplificadas y reconocidas nacionalmente, otras se vuelven vidas anónimas y su pérdida no causa ningún dolor, estas vidas perdidas y no reconocidas son un dolor reprimido y oculto, mientras que las vidas estadounidenses que se pierden en la guerra son exaltadas como actos fundacionales de dicha nación. Es esta una distribución diferencial del dolor lo cual produce y mantiene la exclusión que tiende no solamente a que se perpetúe la espiral de violencia, sino que redefine también la condición de ser humano.
Referencias y Cibergrafía:
Judith Butler: Violencia, duelo, política. En: Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Paidos. 2006.
Judith Butler: Marcos de guerra, las vidas lloradas. Paidos. 2010.
Christoph Hasselbach, ¿Puede la UE ser la policía del mundo? (2018)
https://www.dw.com/es/opini%C3%B3n-puede-la-ue-ser-la-polic%C3%ADa-del-mundo/a-46889961
Himno nacional de Estados Unidos
https://es.wikisource.org/wiki/Himno_Nacional_de_Estados_Unidos
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